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‹Alguien que vale la pena›
Un joven Rabí dijo una vez que «nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos.» Ese mismo Rabí estuvo dispuesto a dar —y, finalmente dio— su vida por sus amigos; y también por aquellos quienes no le consideraban amigo, aún. Esta ha sido mi mayor enseñanza en cuanto a la amistad.
Siempre he estado intrigada en cuanto a la amistad. Siempre he pensado que es algo recíproco, que debe constar de dos partes poniendo su voluntad para que algo funcione. Si lo pienso con mi orgullo, mi alto sentido de la dignidad y mi lógica interpersonales, supongo que sí, que es cierto.
Sin embargo, estaba quedándome en la superficie de lo que es la «verdadera amistad» [ese concepto que, en muchas ocasiones, descalifiqué, y al cual llegué a quitarle todo tipo de credibilidad.] Porque si bien es cierto que lo «ideal» sería que ambas partes pusieran su mejor voluntad para que la relación funcionase, si uno de ellos dejara de hacerlo, de ninguna manera esto querría decir que la otra persona deba verse obligada a hacer lo mismo.
Y es aquí donde entra ese amor que va más allá de la razón y la lógica, ese amor sincero, puro, honesto y sacrificado —aunque en ningún caso libre de imperfecciones— del cual hablaba aquel Rabí. De hecho, un discípulo suyo, escribió una carta aduciendo —en cuanto al amor— que éste es capaz de aguantarlo, creerlo, soportarlo y esperarlo todo. Que no es orgulloso ni egoísta, ni busca sólo su propio bienestar. Bueno, esa es la amistad. Porque no se puede ser amigo de verdad si no se ama de verdad.
Es bonito llegar a un punto en la vida en el que puedes decir que, al fin, sabes lo que es la verdadera amistad. Sabes lo que es poner tu vida por alguien. Y no, no necesariamente quiere decir «morir» por alguien. O al menos no en el sentido que la mayoría imaginamos. A veces, el amor por un amigo, te exigirá morir a ti mismo, a tus ideas, a tu orgullo, a tu vanidad, a tu lógica, a tus temores, a tus preguntas. Y simplemente lo harás, porque sabes que es de verdad. Dará igual lo que piense el otro. Dará igual, incluso, si no «valiese la pena», si fuese un desperdicio de «amor»; una ofrenda excesiva y extravagante que «podría haberse usado para otra cosa», —como dijeron de aquella mujer que rompió su frasco de alabastro a los pies de aquel mismo Rabí.
Dará igual, porque tú lo sabes. Y has estado dispuesto a pagar el precio. Y lo seguirás pagando sin recibir nada a cambio. Simplemente porque en algún día, de algún año, hiciste una promesa, y aunque has fallado a muchas otras, esa no la fallarás. Porque en la vida, a veces, tendremos oportunidades —pocas, pero determinantes— de poder amar a nuestros amigos de la misma manera que aquel Rabí estuvo dispuesto a amar: poniendo nuestra vida, simplemente porque creemos que esa persona lo vale.
Firmado:
Najma Hadarah.
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