La calle décima octava y Vicente Rocafuerte de la ciudadela San José, no volverá a ser la misma, jamás. Su estrella más brillante se elevó al cielo para brillar de manera infinita al lado del Creador. Sin embargo, mientras esta hermosa estrella estuvo en la tierra, su luz se esparció como polvo de oro sobre todos aquellos que pudimos entrar en contacto con ella.
Abuelita, cuando pienso en ti, el primer recuerdo que aflora en mi memoria, es el de verte en el hall de tu casa, sentada sobre una de tus inseparables sillas, con La Biblia en tu regazo. En mi recuerdo, yo me acerco a ti, me siento a tu lado, y te pregunto qué estás leyendo. Me cuentas, con tu característica solemnidad, que lees acerca de la tentación de nuestro Señor Jesús, y de cómo Él resistió a cada una de ellas.
Te observo y te escucho con toda mi atención, y es en una de esas tantas veces en las que te acompañé en tu diaria lectura de La Biblia, que yo, siendo una niña, decido servir a Dios enteramente, con todo mi ser, con todas mis fuerzas. Tal como tú.
Mami Elisa, fuiste tú mi primera mentora, quien me introdujo en los caminos de Dios. Fuiste tú quien me prestó su Biblia para que yo pudiera sumergirme en sus líneas. Fuiste tú quien, desde temprana edad, me enseñó la devoción sincera y apasionada por Jesús. Lo hiciste con el ejemplo y con la perseverancia de quien entiende que sólo en el reverenciar a Dios y en el guardar sus mandamientos, está el todo del hombre, tal como dijese el sabio rey Salomón.
Tú sembraste en mí el amor por la palabra de Dios, y fuiste mi primer referente de quien dedica su vida a nuestro Señor Jesús con todo su ser. Ese ha sido y será el legado más grandioso y sublime que has podido dejar en mí. Es una huella indeleble que perdurará para siempre en mi corazón.
Hoy, como tu nieta, honro tu memoria y tu legado, y doy gracias a Dios por usarte como instrumento en mi vida para seguir las pisadas de nuestro Señor. Hoy, Mami Elisa, tomo el relevo, y me esforzaré cada día en hacer lo que tú hiciste conmigo: extender la luz de Cristo a todos los que estén a mi alcance, para que ellos puedan también abrazar la fe verdadera, y hallar esperanza y salvación para sus vidas y sus hogares.
Celebro tu vida, mi amada abuelita, porque fuiste un faro que irradió luz en nuestros corazones, y nos guió al puerto seguro de una vida digna y honrada, y fuiste también un ancla que nos permitió permanecer firmes en medio de las más terribles tempestades. Ahora tú estás en los brazos de tu Dios, de Aquel a quien tanto amaste y al cual dedicaste toda tu vida, sirviéndole con fervor.
Tu legado continuará vivo en mí, porque seré tu mejor discípula.
Te amo y te amaré por siempre;
tu nieta, Nejath Lizett Hidalgo Mahmud.