PROSA

Junto al arroyo.

Ayer, me senté a la orilla de un arroyo; y observé…

Vi una hoja de tono mostaza balancearse en un sinuoso vaivén, a medida que caía de un árbol de otoño. Me detuve, y la miré. Me recordó a cómo cambian las cosas. Cómo cambian las personas. Cómo aquello que un día fue verde, no sólo se desprende, sino que, irremediablemente, muere. Miré también un pajarito saltar de copa en copa, con la agilidad del viento. Me recordó que la vida pasa y a veces, nos arrolla cruelmente con una velocidad de vértigo. Y únicamente no habrá cabida para el arrepentimiento si nuestra vida ha sido llena del dulce néctar del amor. Miré también, sentada junto al arroyo, un pececillo dorado avanzando en pos de la corriente. Recordé cuán frágiles son nuestros pensamientos, y con qué rapidez podemos ser presa de las opiniones de las masas, olvidando nuestra identidad, aquello que nos hace únicos. Con qué facilidad nos arrastra la corriente, más allá, incluso, de nuestra voluntad interior. Y junto al arroyo, —recordando a aquellos que habían cambiado, recordando el paso de los años sobre mí, y recordando todas aquellas veces que hice lo que no quería, mi corazón lloró, y yo, lloré tras él.

Lihem Ben Sayel.

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