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-EL VÍNCULO INEFABLE ENTRE EL DISCÍPULO Y SU MAESTRO.

(Play mientras lees. Ya les advertí de mi afición por las bandas sonoras).

A lo largo de nuestra vida, todos hemos tenido maestros. Algunos talvez simplemente hayan ejercido profesión sobre nosotros. Pero yo creo que aquellos maestros que recordaremos para siempre, son los que han ejercido su vocación. Son aquellos que se tomaron el tiempo de ver en nosotros aquello que no podíamos distinguir en nosotros mismos en aquel momento de nuestro camino. Nos miraron alguna vez a los ojos y nos preguntaron si estábamos bien; y lo asombroso era que en verdad esperaban una respuesta. Pasaron por alto nuestras flaquezas, y nos enseñaron a dominarlas hasta el punto de hacer de ellas nuestras fortalezas.

Siempre he sentido fascinación por ese vínculo inefable entre el discípulo y su maestro. Un vínculo que sólo ellos dos entienden. Quizá va por pasos. Quizá primero, lo que siente un discípulo al identificar a su maestro, es una especie de 19105905admiración inequívoca. Le atrae su dominio del conocimiento, su sabiduría no endulzada por el ego o por la soberbia, sino exprimida de todo tipo de experiencias y épocas que le han hecho lo que es. Luego, cuando puede estar más cerca, cada vez más cerca, -y se da paso a la camaradería, las confidencias, el roce, el afecto-, comienza a entender que no es perfecto, que no lo sabe todo, que tienes dudas incluso de sus métodos o de sus certezas, sin embargo, eso te hace estar más seguro: por fin alguien que es honesto consigo mismo y no presume de poseer todo el saber.

Mirando hacia atrás, no recuerdo muchos maestros. Talvez no sean más de cinco «maestros» (no sólo académicos, sino también espirituales) que han marcado mi vida incluso en el presente, y han dejado una huella que jamás podré olvidar. Tres de ellos han sido vínculos increíblemente fuertes y profundos, en donde la enseñanza, la confianza y el afecto sincero se han fundido. Me han amado y disciplinado como a una hija, y yo les he amado, obedecido y honrado como a padres y madres. Y siempre daré gracias a Dios por ellos. Gracias porque creyeron en mí, porque no fueron egoístas y me proyectaron aún a llegar más lejos de lo que ellos y ellas habían llegado. Confiaron en que mis fracasos no serían definitivos, sino que me levantarían para volar más alto.

Quizás eso únicamente se puede retribuir siendo un buen discípulo, honrando sus memorias y esfuerzos. Y aplicando todo el bien aprendido. Sé bien que es «inefable», porque aún intentando explicarlo, no lo he podido plasmar tal cual me parecería digno de hacerlo. Sin embargo lo hago aún de todas formas, en mi torpe intento, porque la gratitud supera en mí al feroz y reprimente temor al ridículo.

Amo aprender, amo estudiar, y amo el conocimiento. Me reconozco siempre como una irremediable aprendiz en una incontrastable búsqueda de la verdad. Por eso amo la enseñanza,  y  a la figura del maestro; y honro la gran responsabilidad que asume el 83193_gmaestro de mantener pura la verdad que enseña y defiende. Y su grandeza admirable cuando se retracta -porque todos los grandes maestros alguna vez lo han hecho; de lo contrario, no serían grandes.

Gracias por mostrarnos caminos que no conocíamos, gracias por hacer de vuestra sabiduría un legado que recibimos con honor, gracias por instruirnos en la verdad y en la senda del conocimiento y la integridad. Gracias, simplemente gracias.

Enseñar es un ejercicio de inmortalidad. – Ruben Alves

El buen maestro hace que el mal estudiante se convierta en bueno y el buen estudiante en superior. – Maruja Torres

El principio de la educación es predicar con el ejemplo. – Turgot

Los discípulos son la biografía del maestro. – Domingo Faustino Sarmiento

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